Resumen — Se hace una exposición introductora de las especies de homínidos que dejamos atrás antes de llegar a la aparición de Homo sapiens en la cuna de la humanidad en el África Oriental. Se sigue con la evolución de los hábitos alimentarios que facilitaron una progresiva encefalización, basada en la disponibilidad de ácidos grasos esenciales, presentes en los recursos alimenticios de origen acuático en aquella área geográfica. Finalmente, se especula sobre la importancia, que creemos básica, de la alimentación en esta evolución, y de la que, sorprendentemente, se habla poco en el ámbito de la antropología biológica.
Palabras clave — Hominización, Africa Oriental, encefalización, nutrición, ácidos grasos
Indice de contenidos
INTRODUCCIÓN
Las diversas disciplinas científicas necesitan ordenar y catalogar las realidades que van descubriendo, para ello hay que dar nombre a estas realidades, así se hizo con los distintos seres vivos que la ciencia fue descubriendo, estudiando y diferenciando. El hombre empieza a hacer ciencia cuando desarrolla una nomenclatura clara, cuando clasifica sus hallazgos en un orden regular, de acuerdo con las similitudes o diferencias existentes entre cada entidad catalogada, y establece una taxonomía mediante criterios fijos y objetivos de denominación. El primer intento aceptable de dar nombres y diferenciar los hallazgos procede seguramente de las Ciencias Naturales, al aspirar a clasificar a todos los seres vivos conocidos, tarea que debe sus inicios, entre otros, al griego Aristóteles, posteriormente al romano Plinio el Viejo y mucho más cerca de nosotros al sueco Carl Linne.
Hace ya unos tres siglos Carl Linne (1707-1778) (Fig. 1), el insigne científico sueco, notable naturalista y zoólogo, fue conocido como uno de los padres de la ecología, aunque más reputado por ser el creador de la nomenclatura binomial y de la taxonomía con que se clasifican todos los seres vivos, descrita en su Systema Naturae (1758). Ya en este trabajo Linne se había planteado la cuestión del origen del hombre, aunque describió a los seres humanos según el mismo protocolo que había usado para describir a cualquier otro animal o planta, aplicándoles su sistema de clasificación biológica o taxonómica, y ubicándolos entre los primates con el nombre de Homo sapiens. Estudiando las diferencias y semejanzas existentes entre simios y humanos, no halló virtudes que los segregaran, a excepción del habla desarrollada por el género humano, incluyéndolos a todos en la categoría taxonómica Antropomorpha (traducible como con forma humana). Ello desencadenó críticas acerbas entre los colegas científicos de la época, que no aceptaban colocar al hombre en una posición tan poco “espiritual” como la de los simios. Especialmente los creyentes, aleccionados por la Biblia, no podían aceptar este estatus para el hombre, creado a imagen de Dios.
En la posterior décima edición del Systema Naturae, Linneo incluyó la clase Mammalia (mamíferos), reemplazando a la categoría Antropomorpha, y creó el orden Primates, al que pertenece la humanidad y sus parientes antropomorfos más cercanos, vivos y extintos, como los tarseros, monos y grandes simios.
El origen y la evolución de los seres humanos no se habría establecido y definido desde un principio sin las hipótesis originales debidas al ex estudiante de teología y medicina, y posteriormente insigne naturalista inglés, Charles Darwin (1809-1882) (Fig. 2). Su decidida vocación por el estudio de las ciencias naturales se consolidó durante y con posterioridad a la colaboración científica que llevó a cabo a bordo del buque de guerra Beagle, de la armada inglesa, comandado por el capitán Robert FitzRoy. Durante esta expedición de cinco años de duración (1831-1836) visitó, investigó y recogió datos y muestras biológicas y geológicas de todo tipo en amplias áreas geográficas de las costas occidentales de Suramérica (Brasil y Argentina) y varias islas de los océanos Atlántico y Pacífico. El estudio de dichos datos y muestras dio lugar a la publicación de la obra que fijaría su nombre para siempre en la historia de las aportaciones científicas universales, El origen de las especies, aparecida en 1859. Posteriormente, y muy influido por la lectura del Ensayo sobre la población, publicado en 1798, debido al erudito y economista inglés Thomas Malthus (1766-1834), concibió las teorías sobre evolución del género humano, que se publicaron como El origen del hombre, en 1871 (Fig. 2). Esta obra, en su primera parte, capítulo I, Testimonios de que el hombre procede de alguna forma inferior, se inicia así:
“Aquel que anhele saber si el hombre es descendiente modificado de una forma anterior, empezará probablemente por averiguar si está el hombre sujeto a alguna clase de variaciones, por insignificantes que sean, así en su estructura corporal como en sus facultades mentales. Asimismo, tratará de averiguar si las variaciones halladas pasan después a su progenitura, según el orden mismo de las leyes que rigen en los animales de clase inferior…”.
Resumiendo, exageradamente las tesis que desarrolló Darwin en sus estudios sobre la evolución humana podrían decirse algo así como que los humanos y los chimpancés eran la misma cosa hace unos seis millones de años, que los ancestros del hombre eran unos monos africanos no muy distintos del chimpancé actual (Sampedro Javier 2004). Darwin debió reflexionar muy profundamente antes de manifestarse en este sentido en aquella época de moral victoriana en Inglaterra, especialmente tras el escándalo que ya había provocado doce años antes con El origen de las especies, pero como que el evolucionismo ya había seducido a muchos estudiosos y científicos de su generación, y más jóvenes, estaba persuadido de lo que hacía y había adquirido un notable nivel de autoconfianza, tal como manifestaba en la introducción de El origen del hombre:
“La conclusión de que el hombre es co-descendiente con otras especies de alguna forma antigua, primitiva y extinta no tiene nada de nueva. Lamarck llegó hace mucho a esa misma conclusión, que recientemente ha sido sostenida por varios naturalistas y filósofos eminentes, como Wallace, Huxley, Lyell, Vogt, Lubbock, Büchner, Rolle y, especialmente Häckel…”
Con todo, uno de los aspectos que más interesaban a Darwin en el estudio y la exposición de la evolución del género humano se concretaba en las variaciones cuantitativas que muestran los distintos grupos humanos (poblaciones, etnias) en su capacidad mental, dado que gran parte de estas variaciones son heredables, con lo que son elementos esenciales para la progresión de la selección natural (Sampedro 2004), con lo que durante la evolución del hombre desde sus antepasados simiescos, ésta y la selección natural sean las únicas responsables de la evolución del cerebro humano. Sin embargo, Darwin se esforzaba en aplicar esquemas conceptuales del gradualismo para explicar el extraordinario problema de la evolución intelectual. Según el gradualismo los cambios deben ocurrir lentamente, de acuerdo a pasos lentos, continuos, entre una generación y la siguiente, que se producirían ante nuestros ojos, pero que actúan demasiado lentamente para que los percibamos.
Este gradualismo no es aceptado en la actualidad. La consecución de la humanidad actual, del Homo sapiens que forma una especie única, es muy reciente. El salto cualitativo o evolutivo que se puede apreciar entre los humanos modernos y los monos (chimpancés) ha venido precedido de largas cadenas de formas intermedias, formas que se extinguieron, con lo que el salto evolutivo es absoluto (Gould 1999). Este convencimiento al que se ha llegado durante el período de tiempo que nos separa de los planteamientos originales de Linné y de Darwin procede del desarrollo de abundantísimos estudios en antropología, en sus distintas disciplinas.
La Antropología es una ciencia social que aspira a estudiar al ser humano de una forma integral. Por ello se ha subdividido en distintas disciplinas como antropología biológica, cultural, social o etnología, lingüística y arqueología. Nos interesa la antropología biológica o física, que se especializa en el estudio de los seres humanos desde el punto de vista evolutivo y adaptativo. La antropología biológica o física adopta una postura evolucionista, con lo que los antropólogos físicos intentan dar cuenta no solo de los grandes cambios en los aspectos biológicos del ser humano (hominización), sino de los pequeños cambios que se observan entre poblaciones humanas. En esta disciplina hay que acudir al estudio del registro fósil, la paleoantropología, que estudia a los homínidos antiguos.
PALEOANTROPOLOGÍA Y REGISTRO FÓSIL
Podría ser arriesgado atreverse a fijar cuáles son los orígenes de la paleoantropología, pero es muy fácil constatar que su desarrollo ha sido fuente de discusiones muy activas y posturas encontradas, por usar una expresión muy suave.
Los primeros hallazgos fósiles de homínidos de los que al parecer se tiene clara constancia son posteriores a Linne y contemporáneos de Darwin. Se hallaron en 1829 en Engis (Bélgica) y en cuevas de Gibraltar (1848), aunque no se reconoció su significado hasta el descubrimiento de un cráneo en unas minas alemanas, en el valle de Neander, en 1857. Estos restos hallados en Alemania se atribuyeron a lo que sería el hombre de Neanderthal (valle de Neander). Fueron descritos en 1857 por el antropólogo alemán Hermann Schaaffhausen (1816-1893) y propuestos para la denominación Homo neanderthalensis en 1863 por el biólogo británico William King (1809-1886). Desde entonces los estudios y hallazgos de fósiles de homínidos han sido muy abundantes, culminando hasta hace pocos años en los importantísimos hallazgos surgidos de la Gran Dolina, excavados a partir de 1978 en los yacimientos cársticos de la Sierra de Atapuerca (Burgos).
Por tanto, desde principios del siglo XIX, tras el hallazgo de los restos fósiles atribuidos a Homo neanderthalensis se desarrolló una intensísima actividad paleoantropológica en busca de fósiles de homínidos en Europa, Asia, África y Australia. La paleoantropología ha basado sus búsquedas y confirmación de sus resultados en el estudio directo de los fósiles hallados, así como de los artefactos y herramientas creados o utilizados por las especies a las que se hallaron asociados en los yacimientos estudiados, analizando el conjunto de evidencias halladas en el contexto geológico y arqueológico. Sus descubrimientos y hallazgos han contribuido a la creación de la cronología de la historia natural y evolutiva de los seres humanos.
Ya en el siglo XX se siguieron hallando abundantes fósiles de seres humanos y homínidos, llegándose a identificar unas 20 especies de homínidos, la más antigua de las cuales data de hace unos cinco millones de años, tal como se indica en la Fig. 1.
No existe amplio consenso entre paleoantropólogos, al parecer, sobre el reconocimiento de las características definitorias de los homínidos. Hay quien incluye en ellos a humanos, chimpancés, gorilas y otros parientes fósiles. Otros consideran en esta categoría solamente a los seres humanos actuales y a los fósiles de su línea evolutiva, es decir, posteriores a la separación de la línea de los chimpancés. Finalmente, otros solo consideran como homínidos a los primates bípedos. Siguiendo las especificaciones de Ernst Mayr (1977) cabe considerar las diferencias básicas entre la estructura corporal de antropoides y homínidos (hombre) (Fig. 3) que se expresan en la Tabla siguiente:
Característica:
- Huesos largos de las extremidades inferiores:
- Hombre: Más largos que en las extremidades superiores
- Antropoides: Más cortos que en las extremidades superiores
- Huesos tarsales (pié)
- Hombre: Largos. Dedos del pié cortos
- Antropoides: Cortos. Dedos del pié largos
- Tronco:
- Hombre: Corto en comparación con las extremidades inferiores
- Antropoides: Largo en comparación con las extremidades inferiores
- Columna vertebral:
- Hombre: Curvada hacia atrás y hacia delante
- Antropoides: Recta o curvada uniformemente hacia atrás
- Pierna:
- Hombre: Recta en la rodilla y en la inserción a la cadera
- Antropoides: Curvada, con las rodillas hacia fuera
- Unión del cráneo a la columna vertebral:
- Hombre: Casi en el centro de la base del cráneo
- Antropoide: En la parte trasera del cráneo
- Dientes caninos:
- Hombre: No más largos que los premolares
- Antropoides: Colmillos largos
- Corona de los primeros premolares inferiores:
- Hombre: No especializada (bicúspides)
- Antropoides: Con filos cortantes
- Arco dental:
- Hombre: Redondeado y sin ángulos
- Antropoides: Comprimido lateralmente, con filas de dientes casi paralelas
- Mandíbulas:
- Hombre: Cortas
- Antropoides: Largas
- Cara:
- Hombre: Corta y recta
- Antropoides: Larga prolongándose hacia delante (protrusiva)
- Cerebro:
- Hombre: Grande
- Antropoides: Tamaño promedio de 1/3 del humano
Ardipithecus ramidus
Se tienen dudas sobre si el primer homínido mostrado en la Figura 4, Ardipithecus ramidus, era realmente bípedo (ardi = suelo, pithecus = mono; ramid se refiere a la raíz del nombre de la localidad de Etiopia donde se hallaron sus restos en 1992 y en 2005).
Australopitecinos
En cambio, sí se considera como el homínido bípedo más antiguo a Australopithecus anamensis (australis = sur:“mono del sur”; anam = lago – en lengua turkana-), cuyos restos fueron hallados por Meave Leakey en 1995, cerca del lago Turkana en Kenia. Se establece su antigüedad en unos 4 millones de años. Este Australopithecus anamensis era un primate no muy distinto de un chimpancé, pero muy probablemente el primero en adoptar el bipedismo (lo que aún está en cuestión). Exhibía muelas grandes y fuertes apropiadas para masticar productos vegetales duros y pobres en calorías. Estas dos características son probables adaptaciones al paisaje seco y despejado de árboles en el que le tocó evolucionar, muy distinto a los bosques frondosos y húmedos en los que se desenvolvía su precursor Ardipithecus. A. anamensis vivió en el período Plioceno (4,2 – 3,9 millones años), durante unos 300.000 años en tierras africanas.
Se ha convenido ampliamente sobre la importancia del bipedismo como el mayor rasgo diferenciador entre los verdaderos homínidos y sus ancestros. Se simplificó errónea y excesivamente sobre este tema al afirmar que la posibilidad de andar sobre dos pies y en postura erguida era una adaptación a la vida en la sabana africana, para poder ver a distancia por encima de los herbazales que forman este singular ecosistema. Desde luego que la postura bípeda facilitó la liberación de las manos de la locomoción propia de los simios, ya fuera en el desplazamiento arbóreo o como cuadrúpedos en tierra. Esta liberación permitió utilizar las manos para una gran variedad de actividades, como la fabricación de herramientas. Esta circunstancia provocó lo que se ha considerado como un “continuo y progresivo diálogo entre las manos y el cerebro”, que facilitó el mayor desarrollo de éste. En la progresión de los homínidos, a través del estudio de sus fósiles, se observa un continuo crecimiento del tamaño craneal, con el consiguiente aumento del volumen y peso del cerebro, en un proceso de encefalización que refleja una progresiva complejidad psíquica que definirá la inteligencia.
Con toda seguridad hay otros argumentos que explican el bipedismo, tanto o más importantes para los homínidos que la liberación de las manos (Arsuaga y Martínez 1998). El bipedismo exigió una completa reorganización del esqueleto, que permitió: a) una postura muy estable que exige poco gasto de energía al andar, especialmente en distancias largas, b) una verticalización del cuerpo con lo que se recibe menor insolación y se regula mejor la temperatura corporal en los desplazamientos largos por la sabana, c) el transporte con las manos y brazos de objetos y criaturas, etc. También hay diversas teorías sobre la relación existente entre el bipedismo y un comportamiento social muy elemental entre los australopitecinos, comportamiento que implicaría al macho en el aporte de alimentos, obtenidos a distancias variables de la localidad y del grupo compartido con la hembra, y otros miembros del clan, y asociado al comporta-miento de las hembras en la protección de las crías.
De todos modos, existe mucha discusión al respecto, pues parece actualmente más aceptado el criterio de que australopitecos y parantropos eran simples “chimpancés bípedos”, vegetarianos, sin tecnología lítica, con apenas aumento cerebral ni lenguaje, avances o cambios que solo serían esperables en el futuro género Homo (Arsuaga y Martínez 1998). En apoyo de un bipedismo claro por parte de los australopitecinos, al menos de A. Afarensis, se ha significado el estudio de las famosas “huellas de Laetoli”. En el yacimiento fosilífero de Laetoli, cerca del Parque Nacional del Serengeti (Tanzania), se hallaron las huellas o pisadas fosilizadas de varios homínidos bípedos, cuyo estudio demostró su procedencia de hace unos 3,5 M años, fecha que corresponde a la presencia de A. afarensis en esta región (Arsuaga y Martínez 1998; Celaya y Ayala 2013).
También corresponden a A. Afarensis los restos hallados en 1974, en la región de Afar (Etiopía), por el grupo del paleoantropólogo americano Donald Johanson. Se dataron en unos 3,2 millones de años, mediante el método potasio – argón y, posteriormente, por bioestratigrafía y paleomagnetismo. Se trata de una mujer joven de unos 20 años, de algo más de 1 metro de talla, de aproximadamente 27 kg de peso, y que probablemente ya había tenido hijos, lo que se deduce de la forma y estructura de la pelvis, lo que también da testimonio de su “bipedalidad”, confirmada por la estructura de la rodilla. Se la conoce como “LUCY”
Se han descrito pues unas 7 especies de australopitecinos: Australopithecus anamensis, A. afarensis, A. sediba, A. africanus, A. garhi, A. bahrelghazdi y A. platyops (también llamado Kenyanthropus platyops). Su volumen craneal permitió establecer el peso del encéfalo entre los 426 – 436 gramos (Fig. 5). Todas estas especies vivieron entre el período plioceno superior e inferior (Cenozoico), comprendido entre 4,2 y 2,5 M años (Fig. 6), y explotaron aun ambientes bastante forestados entre Kenia (A. anamensis), Etiopia (A. afarensis) y Sur África (A. africanus) sin embargo, en el continente africano de hace unos 2,8 millones de años se dieron importantes cambios en el paisaje, debidos a cambios climáticos del planeta.
Las glaciaciones del Pleistoceno incrementaron la extensión de los mantos de hielo del hemisferio norte (Fig. 7), descendió el nivel de los mares en unos 100 metros, cambió el régimen hídrico de África oriental, aumentó la aridez y las praderas herbáceas (sabana) se extendieron a expensas de otros medios arbóreos. Probablemente algunos australopitecinos muy dependientes de los ecosistemas arbóreos desaparecieron, pero se produjo la selección de nuevas formas adaptadas a la explotación de los nuevos medios, fueron los primeros representantes de los géneros Paranthropus (parantropos) y Homo (humanos).
Parántropos
Paranthropus puede traducirse como “cerca del hombre”. Los parantropos surgieron y habitaron el este y sur africano, durante el pleistoceno temprano y medio (2,6 a 1,1 M años), como las formas más adaptadas a estos nuevos medios, especialmente los más áridos, caracterizados por una vegetación herbácea y leñosa que constituía su base alimenticia. Para ello estaban provistos de mandíbulas y molares de gran robustez, con incisivos y caninos reducidos. Su musculatura facial (músculos masetero y temporal) era muy marcada y fuerte. El músculo temporal se insertaba en una cresta sagital del cráneo, a semejanza de los gorilas, lo que les confería un aparato masticador muy especializado. Su volumen craneal oscilaba entre 410 y 530 cm3, con un peso entre 510 y 523 g. (Fig. 8). Se considera la existencia de tres especies de parantropos: Paranthropus aetiopicus, P. boisei y P. robustus, las dos primeras son especies exclusivamente esteafricanas, por sus restos fósiles hallados en el río Omo en Etiopia, barranco de Olduvai en Tanzania y lago Turkana en Kenia, mientras que la tercera es surafricana según los fósiles de Swartrans y Kromdraai.
En estas figuras se observa la cresta sagital en la parte superior del cráneo del parantropo, y el desarrollo de los músculos masetero y temporal, características que se asocian a unas mandíbulas anchas, propias para conseguir movimientos circulares destinados a moler alimentos duros. Con todo ello los parantropos presentan una cara alta por el incremento de altura de las mandíbulas, de los huesos malares y maxilares. Tal como lo expresan Arsuaga y Martínez (1998), “los parantropos muestran el rostro inconfundible de unos homínidos muy especializados”.
El género Homo
El género Homo, como se ha dicho anteriormente, fue establecido por Linné en su sistema de clasificación sistemática de los seres vivos. Se aplicó posteriormente por los paleoantropólogos para denominar a aquellos homínidos más modernos entre cuyas habilidades se hallaba la de fabricar útiles de piedra, herramientas que se encontraron mezcladas con sus restos fósiles, datados en unos 2,3 millones de años.
El registro fósil con 2 millones de años, o menos, de antigüedad es muy abundante, y procede de muy diversos lugares, aunque la mayor diversidad es inequívocamente africana. El empleo de utensilios como palos, bastones, martillos, hachas y cuchillos de piedra se hizo progresivamente más importante.
El aumento de la encefalización, el desarrollo progresivo de una inteligencia tiene un precio alto, requiere un elevado consumo de energía, solo comparable al que exige el funcionamiento del aparato digestivo (Agustí y Lordkipanidze 2005). Esta evolución, en gran parte, fue una cuestión de dieta, y tuvo que elegir entre “cerebro o tripas”. La elección era fácil si el alimento que se ingería era de bajo contenido energético, aunque fuera abundante (régimen herbívoro / omnívoro). Pero se requería un aparato digestivo grande y eficiente.
Este régimen no permitía obtener la energía precisa para la encefalización. Era exigible el desarrollo de un aparato digestivo más pequeño que, a partir de alimentos más energéticos, permitiera reducir el coste de la digestión y desviar el excedente hacia el aumento del cerebro. ¿Dónde podía un animal del tamaño de un homínido hallar un sustento muy energético que permitiera reducir el coste de la digestión? Sencillamente en la carne de otros animales. Finalmente, la solución al problema era un cambio de dieta, basada en el consumo de alimentos de alto contenido energético como insectos adultos, orugas, gusanos, etc., que finalmente conduciría al consumo de carne.
Estas nuevas dietas favorecieron el aumento del tamaño y peso del cerebro, aumentó la encefalización, y la selección natural favoreció a los individuos más cerebrados, cada vez más capacitados para dotarse de herramientas, así como para codificar y transmitir tradiciones conductuales, en un proceso de retroalimentación que, a su vez, condujo a variedades aún más cerebradas de homínidos (Harris 2011).
Se han diferenciado unas nueve especies en el género Homo:
Homo Rudolfensis, Homo Habilis, Homo Ergaster, Homo Naledi, Homo Erectus, Homo Antecesor, H. heidelbergensis, H. neanderthalensis y Homo Sapiens. En ellos se produce una creciente encefalización, tal como se muestra en la Fig. 9 y . El género Homo, al cual pertenecemos, apareció en África (Etiopía) hace unos 2,5 millones de años, y sus especies más tempranas (Rudolfensis, Habilis, Erectus) probablemente coexistieron con varias especies de Australopithecus durante al menos 1 millones de años.
Las herramientas de piedra que empezaron a fabricar estos primeros hombres les permitió alimentarse de la carne de otros animales cazados o aprovechándose de carroñas abandonadas por animales carnívoros predadores. Homo Rudolfensis (su nombre hace referencia al lugar donde se hallaron sus fósiles, en Koobi Fora, cerca del lago Turkana, antes denominado lago Rodolfo, localizado en Kenia y Etiopia) combinaba un cerebro relativamente grande con un aparato masticador muy desarrollado, parecido al de los parantropos. Se considera que Homo Rudolfensis puede ser una variante de Homo habilis, dado que de aquél se han hallado pocos restos fósiles, sin embargo, los restos de Homo Habilis son más abundantes y se han hallado en áreas muy ámplias, como la Quebrada de Olduvai en Tanzania (Industria lítica Olduvayense. Fig. 10) (Mary y Louis Leakey en 1960), río Omo en Etiopia (el río Omo desemboca en el lago Turkana), Koobi Fora en Kenia y Sterkfontein en Sudáfrica. Esta abundancia de fósiles nos muestra ya la existencia de un marcado dimorfismo sexual, no tan evidente en homínidos anteriores. En este Homo Habilis se distingue un aparato masticador menos desarrollado, menor tamaño de muelas y un toro supraorbitario (señalado por las flechas Fig. 11) menos acentuado, separado del resto del hueso frontal por un leve surco (Arsuaga y Martínez 1998). El estudio de los huesos de sus manos ha evidenciado que tenían una disposición y estructura que les permitía asir perfectamente cualquier objeto y manipularlo, y así disponía de la habilidad de poder fabricar herramientas de piedra, lo que le facilitaba el aprovechamiento de carne como alimento, probablemente por carroñeo, pues se cree que era carnívoro oportunista, aún no cazador.
Una situación similar a la anterior, entre Homo Rudolfensis y Homo Habilis se plantea entre Homo Ergaster (denominación traducible como “hombre trabajador”) y Homo Erectus. (traducible como “hombre erguido”, de pié). Se cree que Homo Ergaster procede de Homo Habilis y es el antecesor directo de Homo Erectus. No es fácil establecer la relación entre Homo Ergaster y Homo Erectus salvo si consideramos que Homo Erectus es un descendiente de Homo Ergaster que emigró a oriente. Ambas especies tenían una talla y proporción corporal semejantes a la del hombre moderno, especialmente en piernas y brazos. Su cerebro había experimentado un notable crecimiento (800 a 1100 cm3), lo que seguramente les permitió el desarrollo de algún modo de comunicación lingüística o simbólica y la elaboración de una industria lítica muy refinada (cultura del Paleolítico Inferior o Achelense. Fig. 12), además, ya conocían el fuego. Este hallazgo les ayudó a cambiar su alimentación al poder asar carne, les permitió calentarse en grupo, constituyendo un modo de cohesión social que ayudó a desarrollar una nueva mentalidad, más humana en el modo de relacionarse. Así también pudieron colonizar territorios más fríos, lo que se evidencia al haber hallado restos arqueológicos de fogatas, “hogares”, como los hallados en Europa y China, datados alrededor de 500.000 años.
Homo Ergaster permaneció en África y se extinguió en este continente mientras que Homo Erectus emigró hacia oriente hace unos 1,7 – 1,8 M años, al inicio del período Pleistoceno. Este período coincide con la novena gran glaciación (Donau) en el hemisferio Norte. Paralelamente a la formación de hielos polares se produce un clima más árido y seco en África Oriental, que provoca extinciones de herbívoros de tamaño grande y medio y de carnívoros, tanto en ambientes húmedos y cerrados como en áridos y secos. Probablemente estos sucesos provocaron la primera salida de homínidos fuera de África.
En Asia se han encontrado abundantes restos fósiles muy similares a los de Homo Ergaster, pero de los que se diferencian por caracteres muy significados como una cara más ancha y plana, con osamentas craneales más robustas, un toro supraorbitario recto, un refuerzo óseo transversal en el extremo posterior del cráneo, un volumen encefálico ligeramente mayor, etc., que responden a los caracteres propios de Homo Erectus. Esta especie también presenta unas piernas rectas (“hombre erguido”), característica que le permitirá andar grandes distancias. Esta movilidad seguramente le permitió acceder a una mayor variedad de ambientes y de fuentes de alimento. De hecho, los costes energéticos exigidos para conseguir una mayor encefalización y aumento de la capacidad craneal, de 800 a 1100 cm3, requerían sustanciales cantidades de alimento de alta calidad y una mayor eficiencia en la consecución de alimento. De entre estos restos destacan las bóvedas craneales y fémur hallados en Trinil, en la isla de Java, las abundantes calvarias y cráneos hallados en China (Modjokerto, Sangiran, Sambungmacan) y tibias y pelvis halladas en Ngandong (China).
Hasta la década de 1990, en que se empezó a excavar científicamente el yacimiento Gran Dolina en la Sierra de Atapuerca (Burgos), se creía que otra oleada migratoria procedente de África, evolucionada a partir de Homo Ergaster, había colonizado Europa. Se denominó Homo heidelbergensis dado que los primeros restos fueron una mandíbula inferior hallada en 1907 en unas minas de la localidad de Mauer, cerca de Heidelberg en Alemania, de ahí la denominación de “mandíbula de Mauer” y el nombre específico “heidelbergensis”. Esta mandíbula se dató en unos 600.000 años de antigüedad. Otros restos similares se hallaron en Europa: en Francia (Caune de l´Aragó, Tautavel), en Grecia (Petralona), en Inglaterra (Swanscombe) y en España, aunque similares restos se han descrito en China (Dali y Jinniushan). Su procedencia africana se basa en el hallazgo de fósiles similares en Etiopía, Zambia, Tanzania, Marruecos y Sudáfrica (Arsuaga y Martínez 1998). Algunos autores creen que esta especie sería un “preneandertal” que posteriormente, ya en Europa, evolucionaría hacia Homo neanderthalensis, la única especie de homínido realmente europea, que desarrolló la cultura o industria lítica Musteriense (Fig. 13) durante el Paleolítico Medio.
Al parecer la segunda salida de África, fue protagonizada por el grupo evolucionado allí hace unos 100.000 años, a partir de H. heidelbergensis, fue nuestra especie Homo sapiens. Un punto de vista mayoritario entre paleoantropólogos es que cada una de estas olas migratorias desplazó enteramente a las anteriores. Su capacidad cerebral, progresivamente mayor, les permitió desarrollar mecanismos de eficacia biológica, de competencia por el hábitat y por los recursos, provocando la extinción de la especie precedente. Es la hipótesis denominada “Out of Africa”.
El estudio del yacimiento de Gran Dolina (Atapuerca) vino a complicar de algún modo la secuencia migratoria y/o evolutiva expuesta en líneas anteriores. En este yacimiento se hallaron abundantes restos humanos y útiles cuya edad se ha establecido en más de 780.000 años (Arsuaga y Martínez 1998). Estos útiles corresponden a la antigua cultura Achelense, asociada a Homo Ergaster y al incipiente Homo Erectus, que migró a Oriente. Los estudios llevados a cabo en los fósiles humanos hallados en Atapuerca llevaron a sus investigadores a establecer una nueva especie, Homo Antecessor que vivió allí hace unos 800.000 años, y que muestra unos detalles morfológicos que se dirigen evolutivamente hacia el “preneandertal” antes citado como Homo Heidelbergensis, que dominó Europa desde 600.000 a 300.000 años de antigüedad. Según estas apreciaciones, desde hace aproximadamente 1 millones de años, la población de Homo Ergaster emigrada a Europa se transformaría en Homo Antecesor, y ésta en Homo Neanderthalensis, y la que quedó en África evolucionó hacia nuestra especie Homo Sapiens. Según la hipótesis “Out of África” antes citada, los humanos modernos se originaron en África hace unos 300.000 a 100.000 años. Partiendo de esta cuna, nuestra especie se repartió por todo el Viejo Mundo: África, Asia y Europa, donde se encontró con especies instaladas allí con anterioridad (Homo Erectus y Homo Neanderthalensis) que habían resultado como evoluciones locales en condiciones de aislamiento reproductivo, a las que desplazó o eliminó.
De hecho, los Neandertales son los homínidos extintos mejor estudiados, con un registro fósil muy rico, con muestras de centenares de individuos, que datan desde unos 350.000 hasta hace 40.000 años. Sus restos fósiles se han localizado desde Portugal en occidente hasta el área de Altai en Asia Central en oriente, y desde cerca de las costas del Mar del Norte hasta cuevas en Gibraltar e Israel al sur. Medraron en Eurasia durante más de 300.000 años, pero desaparecieron hace unos 40.000 años, cuando los humanos modernos (Homo Sapiens) llegaron a Europa. Se contempla a los humanos modernos como superiores en un amplio abanico de habilidades, incluyendo sus herramientas y armas y sus estrategias de supervivencia, lo que llevó a la erradicación de los neandertales. Sin embargo, los hallazgos de Homo Neanderthalensis parecen no estar de acuerdo con estas interpretaciones, pues sus restos arqueológicos no son tan distintos como para explicar su desaparición en términos de inferioridad. En su lugar, los datos genéticos actualmente disponibles sugieren que se dieron unos complejos procesos de cruzamiento y asimilación entre ambas especies, dado que el genoma de los humanos actuales no africanos presenta entre 1 y 4 % del genoma neandertal, información que no se halla en el genoma de los humanos actuales viviendo en África. Una hipótesis en boga actualmente apoya el hecho de que la hibridación entre Homo Neanderthalensis y Homo Sapiens introdujo alelos no tolerados en el genoma de neandertales, lo que produjo esterilidad masculina en los individuos híbridos de genotipo y fenotipo neandertal, y como consecuencia una menor fertilidad en los grupos neandertales, lo que produjo menor descendencia y, a medio plazo su desaparición (Villa y Roebroeks 2014).
ENCEFALIZACIÓN, NUTRICIÓN Y HERRAMIENTAS
Tal como se refleja en la anterior tabla (Fig. 10 y Tabla 1), durante los últimos 1 a 2 millones de años en la evolución de los homínidos, con la extinción de los australopitecinos y la aparición del género Homo, se dio una notable expansión del tamaño cerebral.
La evolución cerebral se pudo cuantificar mediante el Índice de encefalización (ver Tabla 1) a partir de los años 1970, utilizado para comparar y correlacionar el aumento e influencia del tamaño corporal con el tamaño cerebral (Broadhurst et al., 1998, 2002). Se convirtió en herramienta muy valiosa para cuantificar la notable diferencia existente entre el gran cerebro del hombre moderno (Homo Sapiens) y el de otras especies de primates y de homínidos ya extintos. Así pudo evidenciarse que, conforme evolucionaron los homínidos, el IE aumentó desde 1,92 para los australopitecos (A. robustus) hasta algo más de 2 para los primeros representantes del género Homo, alcanzando 4,26 para Homo Sapiens.
Este incremento depende de la expansión del córtex cerebral, que exige elevados requerimientos en energía metabólica, por lo que se cree que, a lo largo de esta evolución, las distintas especies de Homo que culminaron en la especie Homo Sapiens precisaron haber tenido acceso a recursos alimenticios abundantes y de calidad. Se precisan suficientes niveles de proteínas, vitaminas y trazas de diversos elementos para un adecuado desarrollo cerebral. Los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga (PUFA, del inglés poly unsaturated fatty acids) son los factores más limitantes para un adecuado crecimiento del tejido neural. Cabe considerar pues un planteamiento más ecológico a la evolución de la inteligencia humana y al papel que la nutrición jugó en este fenómeno.
Los argumentos ecológicos nos llevan a considerar la disponibilidad de alimentos que tuvieron a su disposición los hominoideos y homínidos y que condicionaron la expansión cerebral.
Si retrocedemos hasta la época de los australopitecos, sus fósiles muestran estructuras robustas, con mandíbulas, dientes y arcos cigomáticos grandes, con molares y premolares muy grandes en comparación con incisivos y caninos, lo que evidencia una dieta que incluiría un alto porcentaje de alimentos formados por plantas rudas y semillas y/o nueces, raíces, bulbos, hojas y frutos, que exigirían un fuerte mecanismo propio para masticarlos. No puede descartarse la práctica de un cierto nivel de nutrición omnívora, pues incluso los chimpancés suelen comer insectos, reptiles y pequeños mamíferos, sin descartar que puedan llegar a cazar en grupo.
Acompañando a estos mecanismos de obtención de alimento, a su nivel nutritivo y potenciación del desarrollo del cerebro, hallamos la evolución en el uso y fabricación de herramientas, tal como se ha citado anteriormente (industrias líticas). No hay pruebas que demuestren la fabricación de herramientas por los australopitecos, pero probablemente utilizaron herramientas oportunistas para quebrar huesos y hurgar y extraer la médula ósea y el cerebro de carroñas abandonadas por animales carnívoros.
La industria lítica Olduvayense, desarrollada entre hace 2,5 y 1,5 M años, muy probablemente por A. afarensis, está formada por útiles “fabricados” por alguien que quizá no tenía noción clara de lo que hacía, y que su utilización sería más bien oportunista. Restos de huesos hallados en lechos de fósiles de Olduvay (Tanzania) solo muestran cortes producidos por la dentadura de animales carnívoros. En su caso, los homínidos aprovecharían restos abandonados de presas de gran tamaño, en los que la carne ya había desaparecido.
La industria lítica Achelense, desarrollada desde hace unos 1,6 – 1,5 M años hasta aproximadamente 100.000 año, se asocia claramente a Homo Ergaster y Homo Erectus, y se considera formada por útiles adecuados para extraer cerebros y médula ósea, para cortar y descuartizar carroña cruda, pero no aún para practicar una caza organizada. El aprovechamiento de carne y huesos se ha propuesto como un factor causante del notable incremento de la encefalización ocurrido hace unos 2 M años (Homo Habilis – Homo Ergaster). No es hasta que se desarrolla una actividad de caza más o menos organizada y eficiente, como la que podría obtenerse empujando a las presas hacia fosos o desfiladeros donde murieran al despeñarse, que permite no depender de carroñas abandonadas por carnívoros, y facilita el aprovechamiento de la grasa asociada a vísceras de piezas recién cazadas, con lo que se consigue un aporte nutritivo consistente y concentrado en PUFA. Esto ya es posible con los útiles “bifacies” de basalto, sílex, cuarzo, incluso de piedra caliza, propias del Achelense. Dado que el uso de herramientas es el resultado de una expansión del córtex cerebral antes que su causa, esto plantea la cuestión de qué factores fueron los más responsables en el inicio y expansión del intelecto humano (Broadhurst et al., 1998, 2002).
RECURSOS DE ORIGEN ACUÁTICO
Hasta aquí se han utilizado argumentos aplicados exclusivamente a la obtención de alimento a partir de fauna terrestre, sin considerar que los homínidos tempranos pudieron haber tenido acceso a alimentación procedente de medios acuáticos. No se han hallado restos de útiles o de aparejos que pudieran haber sido utilizados para la captura de peces con una antigüedad de más de 18.000 años. Las herramientas del período Solutrense (Paleolítico Superior, 22.000 a 18.000 años) incluyen útiles enmangados, herramientas de piedra muy elaboradas como las denominadas “hoja de laurel”, así como agujas de costura y anzuelos, fabricados con hueso y espinas de peces. Sin embargo, previamente, sin haber desarrollado actividades de pesca de forma activa, los homínidos anteriores a las formas modernas pudieron haber consumido pescado y marisco, lógicamente no disponibles en el medio terrestre pero sí en ambientes lacustres como los existentes en el Valle del Rift del África Oriental y en otras áreas de África del Sur. De hecho, atrapar peces y mariscos a mano, y quebrar conchas de moluscos, pueden ser actividades más fáciles y que requieren menos sofisticación que la caza activa, y los lípidos o grasas presentes en estos alimentos proporcionan mayores cantidades de PUFA, como ácido araquidónico (AA) y ácido docosahexaenoico (DHA) que los alimentos obtenidos de la fauna y flora terrestres.
Muchas localizaciones de homínidos tempranos se asocian a la presencia de restos de peces, pero, al hallarse próximas a corrientes de agua, se creyó que huesos y espinas de peces podían ser “ruido de fondo”. El estudio de su relativa abundancia en localidades asociadas al Olduvaiense hizo pensar que, en algunos de estos lugares, pudieron hallarse grandes cantidades de peces debido a cambios climáticos drásticos y estacionales que disminuyeron el caudal de los ríos, produciendo el aislamiento de grupos de peces que fueron devorados por carnívoros y homínidos. Se han hallado marcas en piezas de hueso y de espinas de peces producidas por herramientas cortantes asociadas a Homo Erectus, lo que constituye una posibilidad importante pero no absoluta de obtención de pescado por los homínidos tempranos.
Es en el Paleolítico Superior (períodos Solutrense y Magdaleniense: 22.000 a 8.000 años) donde ya se encuentran herramientas que denotan el aprovechamiento de peces como alimento y de sus restos como herramientas (Figura 15).
Se sabe que con anterioridad (aprox. 30 – 40.000 años) Homo Sapiens utilizó pescado en el Valle del Rift, comprobado mediante las asociaciones de sus restos con los de fauna piscícola y de herramientas útiles para una pesca activa. Igualmente se ha registrado el uso extensivo de alimentos de origen marino en homínidos del Paleolítico Medio (200 – 100.000 años) y Superior en las costas de Sur África (cuevas de Blombos y Klasies River Mouth), incluyendo peces y marisco (moluscos), así como mamíferos, aves marinas y sus huevos que, por consumir pescado, son fuente de elevados niveles de PUFA.
ÁCIDOS GRASOS POLIINSATURADOS (PUFA) EN EL TEJIDO NEURAL DE MAMÍFEROS
A diferencia de la abundancia de proteína y minerales que caracteriza a los sistemas muscular y óseo, el mayor componente estructural del tejido nervioso en mamíferos son los lípidos, y entre ellos los más importantes son los Ácidos Grasos. Estos ácidos grasos son nutrientes esenciales, lo que significa que no se pueden sintetizar en el propio organismo que los requiere, sino que deben obtenerse a partir de los alimentos ingeridos en la dieta.
Existen dos tipos de ácidos grasos, los saturados y los insaturados (Figura 16). Químicamente están formados por una cadena hidrocarbonada (eslabones de – CH2-) con un radical ácido (COOH) en un extremo y un grupo metilo (CH3) en el otro. En los saturados, todos los átomos de carbono (C) de la cadena están unidos a átomos de hidrógeno (H), formando una cadena rectilínea, tal es el caso del Ácido Palmítico (16 C) o del Ácido Esteárico (18 C), como se muestra en la cadena de la figura 16 (C18 H36 O2). A temperatura ambiente son sólidos.
Los insaturados no presentan todos sus eslabones de carbono repletos con átomos de hidrógeno, sino que entre dos átomos de carbono puede haber un doble enlace (C=C), como se muestra en la figura 16 para el Ácido Oleico (doble enlace entre los C 9 y 10). A mayor número de dobles enlaces en la cadena hidrocarbonada se les considera más insaturados. Son líquidos a temperatura ambiente. Se nombran a partir del número de átomos de carbono, seguido del número de dobles enlaces y la letra ω (omega) y del número que indica la posición del primer átomo de carbono que presenta el doble enlace, contando desde el carbono en el extremo libre de la cadena hidrocarbonada (grupo metilo CH3). Por tanto, el Ácido Oleico (C18H34O2) antes citado se expresaría como 18:1ω 9 (18 átomos de C, 1 solo doble enlace, establecido entre los carbonos 9 y 10, contando desde el extremo metilo), también conocido como ácido 9 octadecenoico. Por su único doble enlace forma parte de los ácidos grasos monos insaturados. Su forma saturada, sin doble enlace, es el también citado Ácido Esteárico (C18H36O2).
Los PUFA precursores esenciales presentes en la dieta suelen ser el Ácido Linoléico (LA : 18:2ω 6) y el Ácido α-Linolénico (LNA : 18:3ω 3). Son ácidos grasos de 18 átomos de carbono, insaturados, con dos y tres dobles enlaces, respectivamente. Mediante la acción de encimas específicos pueden alargar su cadena hidrocarbonada (encima elongasa) y aumentar o disminuir el número de dobles enlaces (encima desaturasa), convirtiéndose en ácidos grasos de 20 y 22 carbonos (C20 y C22), con 4 o más dobles enlaces. Así se obtienen los representantes más importantes de las series PUFA ω 3 y ω 6 (omega 3 y omega 6), como son el Ácido Eicosapentaenoico (EPA: 20: 5 ω 3), Docosahexaenoico (DHA: 22:6 ω 3) (Figura 16) y el Ácido Araquidónico (AA: 20:4 ω 6). Los PUFA que forman la mayor parte de la composición química del cerebro son DHA y AA en un 90 %.
Los alimentos más ricos en AA son la yema de huevo, la carne de vísceras y músculos de animales terrestres, peces tropicales y mariscos. Los alimentos más ricos en DHA y su precursor, el Ácido Eicosapentaenoico (EPA), son los pescados y mariscos marinos de aguas frías. Pescados y mariscos de aguas más cálidas y de aguas dulces tienen siempre DHA y EPA, sin embargo, su contenido en AA es habitualmente mayor.
El sistema nervioso central en mamíferos, formado por el encéfalo y la médula espinal, es único si se le compara con otros tejidos (muscular, óseo, etc) porque no utiliza LNA ni LA como precursores de sus PUFA esenciales: DHA y AA. Los sistemas biosintéticos propios de mamíferos no son capaces de producir las cantidades de DHA y AA suficientes para el desarrollo del sistema nervioso central y para una adecuada encefalización. Estas circunstancias se han estudiado muy ampliamente en los estados de formación y crecimiento fetal, neonatal e infantil (bibliografía aportada en Broadhurst et al., 1998, 2002).
VALLE DEL RIFT AFRICANO ORIENTAL
El Mar Rojo, el Golfo de Adén y el Valle del Rift forman parte de una fractura geológica, una falla de unos 4830 km de longitud (Figura 18), de norte a sur, que se extiende entre Djibuti y Mozambique en el continente, aunque el Mar Rojo y el valle del río Jordán también forman parte de él. Se comenzó a formar en el Sur Este de África hace unos 30 millones de años, y sigue creciendo actualmente en anchura y longitud. La corteza terrestre del Valle del Rift se va expandiendo por un proceso tectónico de borde divergente y separación de las placas tectónicas arábiga, africana y somalí, proceso inverso a la colisión de placas tectónicas que forman las montañas, lo que llevará al conjunto a convertirse en una futura cuenca oceánica en unos 10 millones de años.
En su inicio, en el Valle del Rift, se formaron grandes lagos (Figura 19), de los que en la actualidad quedan algunos como Malawi, Rukwa, Tanganika, Kivu, Edward, Albert, Victoria, Kyoga, Turkana, Tana, etc., que se extienden desde Mozambique hasta Etiopía (Maslin et al., 2014). Los lagos originales fluctuaron ampliamente en nivel y extensión, con lo que se hallaban lagos someros, salinos y alcalinos, y otros profundos y estratificados. Con el tiempo se secaron y en sus bordes de falla quedaron acantilados que actualmente pueden elevarse hasta 2 km por encima de su nivel original. Durante el Pleistoceno (2,5 millones de años hasta hace 10.000 años) los niveles de todos estos lagos fluctuaron significativamente, así, por ejemplo, el lago Turkana (ej. lago Rodolfo) en Kenia, es el mayor lago de agua dulce en ambiente árido o desértico en el mundo. Fue un lago cerrado y alcalino durante mucho tiempo y aún se mantiene en esta categoría debido a su elevada alcalinidad por carbonatos alcalinos.
Muchos de los fósiles de homínidos recuperados en Etiopía, Kenia y Tanzania (Homo Habilis, Homo Erectus) se asocian a tipos de vida desarrollados en riberas fluviales y marjales lacustres, con amplias orillas pantanosas que se cubrían de hierba en la estación seca. Se cree que la agudeza adaptativa e intelectual que lograron Homo Habilis y Homo Erectus procede de su adaptación a vivir en ambientes de orillas lacustres.
Estas orillas lacustres herbáceas muy probablemente facilitaron el acceso a importantes cantidades de alimento en forma de presas abundantes y de calidad, obtenidas de la caza con preferencia al carroñeo. La agudeza intelectual que se supone a estos Homo exigiría un notable incremento del tamaño cerebral, que a su vez exige un elevado coste energético. El incremento de las capacidades adaptativas facilitó a aquellos grupos el acceso a una mayor variedad de ambientes y de fuentes de alimento. Autores como Foley & Lee (1991) proponen que la incorporación de 100 o 200 gramos de carne por Kg en su dieta pudo haber influenciado positivamente su avance evolutivo, y que esta “carne” no debería proceder forzosamente de piezas de herbívoros o carnívoros cazados en ambientes continentales, sino que también podría haber procedido de pescado o marisco, capturado en los lagos o en zonas costeras próximas, dada la movilidad que habían adquirido aquellos homínidos tempranos. Entre los restos asociados a estos grupos se han hallado marcas en piezas de hueso y de espinas de peces, producidas por cuchillo de sílex o de basalto (cultura Achelense), lo que constituye una posibilidad importante, aunque no absoluta, de obtención de pescado por grupos de Homo Ergaster y Homo Erectus.
Durante el período comprendido entre 500.000 y 200.000 años el género Homo sobrevivió alrededor de las orillas de los lagos del Rift Oriental, y no solo sobrevivió, sino que se cree que sufrió un notable evento de especiación, asociado a la expansión cerebral antes citada. Ello se apoya en que el complejo anatómico pélvico-femoral sufrió un cambio drástico siendo reemplazado por el complejo más moderno, que permitía la formación y sostén de un feto con un cráneo mayor, y el nacimiento o expulsión de una criatura con mayores dificultades, y con exigencia de una prolongada fase de crecimiento infantil. Había aparecido el hombre actual Homo Sapiens al que se le puede asignar una fecha aproximada de 200.000 años.
Al parecer las poblaciones de Homo Sapiens originadas en el África Oriental migraron hacia el resto de África y posteriormente hacia el resto del mundo (hace unos 120.000 años). En África se distribuyeron por regiones cercanas como el actual Zaire, donde en el valle del río Semliki (Katanda) se hallaron puntas de arpón asociadas a restos de pez gato y de moluscos, testimonios de una cultura basada en el aprovechamiento de recursos acuáticos, de ribera de río y de litoral lacustre. Migraron a lo largo de todo el continente hacia el sur siguiendo la costa, desde la costa de Eritrea en el mar Rojo (Walter et al., 2000) donde explotaron recursos marinos, hasta establecer diversas ocupaciones en el interior de Sur África, como en Border Cave (27°01’11”S-31°59’17”E) , en la desembocadura del rio Klasies (27°06’22”S-24°23’13”E) o en las Blombos Caves (34°24’37”S-21°12’34”E) (Stynder, IZIKO; Rito et al., 2013). En estas localidades se han encontrado fósiles de humanos modernos de una edad de 100.000 años, asociados a abundantes restos de peces, conchas de mejillón y caracoles marinos, ensartadas para formar collares, conchas de bivalvos para contener pigmento ocre con que adornarse, etc (Duarte 2014)., así como huesos de pingüinos y otras aves marinas y focas, que basan su alimentación en el pescado, y de pequeños mamíferos terrestres como elands, relativamente fáciles de cazar. Muy probablemente estos grupos volvieron a migrar hacia el norte, participando quizá en posteriores salidas de África hacia Asia y Europa.
Parece que Homo Sapiens, habitante del Valle del Rift en África Oriental, que ocupó buena parte del continente africano, hasta alcanzar su extremo meridional en Sur África, durante el Paleolítico Superior (40 a 30.000 años a.C.), utilizó pescado y marisco en su alimentación. Se han hallado muchos yacimientos de importancia paleoantropológica con asociaciones de fauna piscícola, en las que se han recuperado arpones y puntas de lanza barbadas, y restos de “construcción” de diques y esclusas para atrapar peces. Estas evidencias hacen pensar que grupos de Homo Sapiens volvían año tras año a ciertas áreas fluviales o lacustres para aprovechar ascensos de peces por los ríos, en épocas en que éstos desovaban o, como consecuencia de la prolongación de la estación seca, estos peces quedaban encallados en zonas someras donde eran capturados fácilmente. La recolección y consumo de moluscos, especialmente cuando sus gónadas están maduras y próximas a su reproducción, también formaban parte de los recursos que procuraron la alimentación específica idónea para el incremento del tamaño cerebral (Wong 2005).
CONCLUSIÓN
En resumen, hay evidencias notables de que el hábitat de los homínidos más recientes fue principalmente, sino en exclusiva, próximo a masas de agua, dulce o salada (Crawford & Marsch 1989; Morgan 1997). Las diversas especies de peces, moluscos y crustáceos, así como de mamíferos y/o aves que se alimentaban de ellos, proporcionaron, de forma directa o indirecta, una fuente alimenticia importante, no solo de proteínas, sino también de los ácidos grasos poliinsaturados esenciales (PUFA) para el proceso de encefalización, especialmente el ácido Araquidónico (AA) y el ácido Docosahexaenoico (DHA), cuya proporción o perfil (DHA/AA) en el cerebro humano son muy próximos a los que encontramos en peces, de agua dulce o de agua salada, lo que no suele darse en cualquier otra fuente de alimento conocida y utilizada por el hombre. Sorprende pues que en todas las especulaciones conocidas sobre de qué se alimentaban nuestros ancestros más recientes raramente se mencionan los recursos acuáticos.
REFERENCIAS
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AUTOR
FRANCISCO AMAT DOMENECH, Licenciado y Doctorado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona (1971, 1979). Ingreso por oposición como Colaborador Científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto de Acuicultura de Torre de la Sal (IATS) (1985). Categoría alcanzada: Profesor de Investigación del CSIC (2004 – 2012). Jubilado desde 01/01/2013.
Líneas de investigación: Biología, ecología, cultivo, presas vivas, fitoplancton, zooplancton, rotíferos, Artemia, biodiversidad, larvicultura, nutrición larvaria. Ecotoxicología acuática, organismos indicadores. Especies invasoras. Parasitología asociada a la biodiversidad de Artemia.
Participación y/o coordinación de 40 proyectos de investigación, nacionales e internacionales.
Publicaciones: 130: 92 Internacionales (SCI) y 38 nacionales. Capítulos de libros y monografías: 14. Divulgación: 7. Participación en 50 congresos. Evaluador de 90 proyectos de investigación. Revisor en 20 publicaciones científicas nacionales e internacionales.
Dirección y/o codirección de 6 tesis de Licenciatura y 9 tesis de Doctorado.
Profesor del Master Oficial en Acuicultura. Colaboración CSIC, Universidades Central y Politécnica de Valencia: 2006-2015.
Director del Instituto de Acuicultura de Torre de la Sal (CSIC): 1995 – 2001.